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viernes, 11 de abril de 2014

Con lágrimas de barro la historia está manchada


Tantos surcos como sueños,
Dibujan una piel cansada.
Saben tus labios aún a miedo,
Y a palabras robadas.
¿Quién tiñó de ceniza tus ojos?
¿Quién fue el cobarde que apagó tu mirada?
Con lágrimas de barro,
La historia está manchada.
Te escondiste, vida,
Haciendo eterna la espera,
Detrás de cada arma
La más débil carroñera.
Disparaste nuestras almas,
Nos ahogaste en las trincheras…
Pero con el poder en la garganta,
Aunque mis manos viejas,
Prometo defenderte, mundo,
Y decirle no a la guerra.




Amanda Granda
4º de ESO
Colegio Santo Domingo

Tregua de Navidad


Primera Guerra Mundial, 4 años, 10 millones de muertes, 8 millones de heridos.

Está claro que los números son aterradores y que las consecuencias en Europa y el mundo fueron devastadoras. Millones de familias quedaron rotas por culpa de La Gran Guerra, pero, me gustaría daros a conocer, que entre momentos que vemos repletos de caos, solemos dejarnos en el tintero los detalles que hacen estallar  sonrisas  los instantes que funcionan como armas poderosas , mucho más de lo que creemos, contra cualquiera a las que nos tengamos que enfrentar. Estoy cansado de que la gente oiga la palabra “guerra” y en sus oídos solo viva el eco de la destrucción, pesadillas bañadas en sangre, sufrimiento y un sin fin de calvarios. No es mi intención mitigar el significado de esos años, mas siempre hay cabida para una brizna de optimismo. Pensemos en ese periodo con mayor amplitud, en lo que desconocemos…

Tras las mortíferas balas hubo momentos felices. Uno de estos  fue la Tregua de Navidad. No muchos conocen este dato, y estoy seguro de que cuando lo lean se iluminará su cara con el brillo de la esperanza.





Dice así: En la Navidad de 1914, el káiser Guillermo II dio la orden para que los soldados alemanes recibieran más comida, más vino y, por supuesto, pudiesen celebrar la dicha fiesta. Por extraño que parezca, las trincheras germanas en Ypres (Bélgica) lucieron bastante coloridas aquel 24 de diciembre, para en la noche empezar con los villancicos…

La sorpresa de los aliados fue brutal; no podían creer lo que sus ojos veían. Pero en lugar de aprovechar la ocasión para aniquilar a todos, decidieron responder con cánticos y, tímidamente, iniciar la celebración. Soldados ingleses y alemanes se olvidaron de las armas por unas horas. De hecho, cuenta la historia que varios soldados se animaron a salir de sus trincheras para desearse una Feliz Navidad, intercambiando cigarrillos, chocolate, etc. Incluso se dieron tiempo para enterrar a sus camaradas caídos y organizar una ceremonia conjunta.
Pero eso no fue todo, pues al día siguiente continuó el ambiente festivo. Para entrar en calor, un soldado escocés sacó un balón de fútbol.
Ambos bandos construyeron sus porterías como pudieron, y pese al gélido clima los soldados se mostraron entusiastas en ese encuentro, que no tuvo árbitro, pero sí un apegado respeto a las reglas del juego.
­¿Increíble, no es cierto? Es una gran historia, que pocos conocen. Para mí, uno de los mayores ejemplos de superación que existen en la historia de la humanidad.

 
Daniel Suárez Fernández
4º ESO
Colegio Santo Domingo

viernes, 4 de abril de 2014

La historia de Amelia Shkeflin


En 1897 nacía Amelia Shkeflin. Por primea vez Amelia respiró, sintió como el aire fresco aliviaba su cuerpo llenando sus pulmones aun con pequeñas gotas de líquido amniótico, entonces, sus grandes ojos azules se abrían al mundo para dejar ver el gran tesoro que había nacido.
Siendo cuidada por sus abuelos, Amelia creció en una pequeña granja al sur de Alemania, mientras sus padres vivían en Berlín por motivos de trabajo.


Cuando Amelia cumplió 15 años, sus abuelos se vieron obligados a llevarla a Berlín junto a sus padres, ya que ellos habían envejecido lo suficiente como para no poder cuidar de una adolescente.

Ya en Berlín, Amelia retomó sus estudios e intentó llevar la vida de cualquier niña de 15 años. Todo iba bien cuando tres años más tarde ocurrió lo que nadie se esperaba.

28 de julio de 1914. Era una mañana cálida y como de costumbre, el padre de Amelia se disponía a despertarla a las 7:00 de la mañana, pero antes de que le diese tiempo a formular su típica frase mañanera "buenos días mi pequeña", Amelia se despertó debido a un enorme estruendo en la calle, padre e hija se asomaron a la ventana y se encontraron con un ejército de hombres armados y avanzando en bloque, y justo unos segundos más tarde timbraron a la puerta, un hombre alto, uniformado y de aspecto serio les comunicaba que habían asesinado al archiduque Francisco Fernando, era el principio de la Primera Guerra Mundial.

Tras marcharse aquel hombre, a Amelia se le pasaron por la cabeza cientos de preguntas, ¿Por qué una guerra? ¿Qué tenemos que ver en ella?...

Para solucionarlo Amelia escribió un diario del que nadie sabría nada y que solo ella pudiese tocar, aquí comienza la historia de "El diario de Amelia".

 
29 de julio de 1914.

Mi querido diario, a partir de hoy vamos estar juntos siempre, y para comenzar te diré que hablare contigo de la guerra.

2 de agosto de 1914.

Mi querido diario, esta mañana les pregunte a papa y a mama qué era una guerra concretamente pero su respuesta no me sirve de mucho, prometo traerte información y no dejarte sin palabras.

18 de febrero de 1916.

Mi querido diario, perdóname por haberte hecho esperar tanto pero lo prometido es deuda, asique me he pasado los últimos dos años recopilando información para ti, a lo mejor piensas que he hecho una locura pero ha salido bien asique has de saber que he conseguido ser la primera mujer al mando de un ejército, pero lo que realmente me sorprende es que nadie se dio cuenta de mi sexo, ya que me estaba haciendo pasar por hombre, y de haberlo conseguido tan rápido. Nadie sabía dónde estaba realmente, porque a mi familia y amigos les dije que me iba buscar trabajo fuera del país ¿Sorprendente verdad? Pues más vas a sorprenderte cuando veas los detalles…

Cincuenta años más tarde Amelia fue reconocida y premiada por ser una mujer guerrera y luchadora.

Andrea Álvarez
4º de ESO
Colegio Santo Domingo

miércoles, 2 de abril de 2014

Primera Guerra Mundial


A continuación os contaré mi historia de cómo sobreviví a la primera guerra mundial.

Todo comienza un día normal como todos los demás, yo estaba en casa comiendo con mi familia y hablando sobre el futuro de nuestro hijo, el cual iba a cumplir los 18 años unos pocos meses mas tarde.

De repente oigo que alguien llama bruscamente a la puerta de mi casa, y yo imaginándome que sería un vagabundo más de la sociedad buscando cobijo y comida abrí la puerta. Era un hombre alto y robusto, vestido con un traje de camuflaje, unas botas anchas y un casco verde cubierto de hojas en la parte superior. Por la forma en la que iba vestido me di cuenta inmediatamente de que pertenecía al ejército, pero lo que no sabía era lo que venia a buscar a mi humilde morada.

Yo amablemente le invité a pasar. Una vez dentro yo le pregunté que venía buscando en un lugar tan remoto como aquel, él me miró seriamente y puso una hoja encima de mi mesa.

En esa hoja decía que había sido llamado para formar parte del ejército.

Yo me quede atónito, miré hacia el soldado y luego hacia mi mujer, que lo había oído todo y rompió en llanto.

En ese momento sentí como si el mundo se viniera abajo, intente calmar a mi mujer diciéndole que no pasaría nada, que volvería sano y salvo.

Pero en realidad yo por dentro sabía que sería muy difícil sobrevivir a esa guerra, ya que había muchos países involucrados en ella y muchos ejércitos enemigos.

Una vez que logré calmar a mi mujer que me dirigí hacia donde estaba sentado el soldado y le dije:

- Aunque sé que yo solo no puedo hacer mucho, haré todo lo que este en mis manos por mi país.

Acto y seguido el soldado se fue de mi casa y una semana mas tarde recibí el informe de que había recibido el puesto de cocinero en uno de los campamentos ocupados por nuestros ejércitos.

Cuando leí la noticia sentí una alegría indescriptible, ya que iba a tener muchas mas posibilidades de sobrevivir en esa posición que en el frente luchando cara a cara contra el enemigo.

Pasaron tres semanas, llegó el día de partir. Me despedí de mi mujer y de todos mis familiares y les prometí que volvería sí o sí
.

Tras unas largas 20 horas de viaje llegue al campamento en el que el ejército estaba asentado.

Tuve una acogida bastante calurosa por parte de todos los soldados, ya que yo iba a ser la mano que les iba a dar de comer.

Estuve en ese campamento durante gran parte de la guerra, hasta que un día el campamento fue atacado y con suerte logré escapar.

Al final logré sobrevivir, y por suerte puedo contar esta historia hoy, y, por ello, doy gracias.
 
Sergio Chápuli
4º de ESO
Colegio Santo Domingo

Los amargos recuerdos de Dimitri


Me llamo Dimitri y vivía en Rusia cuando toda la pesadilla ya había comenzado.

Yo tan solo tenía 16 años cuando llamaron a la puerta un 4 de marzo de 1915.

Un señor alto, robusto y con cara seria preguntaba por mi padre y mi hermano mayor. Mi madre al oír los nombres se echó a llorar porque sabía lo que  pasaría a continuación. Les dejaron 10 minutos a ambos para despedirse y recoger algunas de sus cosas, las más necesarias, el tiempo se escapaba.

Llegó el momento de la despedida y sin decir una palabra más mi padre y mi hermano pronunciaron el adiós más amargo de la historia. Al menos, a mi garganta se le hizo un nudo cuando fue consciente de que jamás volvería a verlos. Yo no perdí la esperanza a diferencia de mi madre, quien se ahogó en su propio sufrimiento de la forma más desesperada. Jamás volví a ver sus tristes ojos verdes…
 
Había decidido que si no podía ser con ellos, huiría para siempre. Después  de perder a mi madre decidí ir al frente Balcánico. Cuando llegué allí descubrí el verdadero significado del horror, observé todo el dolor y sufrimiento de la gente que me rodeaba y la que no.

 
Cuando ya llevaba tres semanas allí, una mañana entre toda la multitud encontré a un señor de cierta edad cuya historia me sorprendió. Fue hasta el frente para encontrar a su único hijo, que había decidido ir a luchar allí por un enfado que tenía tras una  discusión con él. Poco a poco fueron pasando los días y me encontraba con más personas que me contaban historias increíbles y todas tristes sin ningún final feliz lo que me ponía cada vez más y más tristes. Esto nos hizo aprender una gran lección: ahora lo que cuenta es volver a levantarse.
Adriana Vicente
4º de ESO
Colegio Santo Domingo

Carta a la esperanza


En los inicios de la primera guerra mundial, nadie esperaba una guerra que se extendiera durante más de cuatro años. Los británicos, yo entre ellos, pensábamos que iba a ser una victoria rápida.

Me acuerdo que en 1914 todos mis conocidos varones y yo teníamos ganas de luchar por nuestra patria, así que decidimos alistamos. Al parecer no éramos los únicos que habían tomado esa decisión ya que cuando fuimos a la sede había una tremenda cola. No pude evitar oír comentarios como:

“Esta guerra esta ganada” o “Con todos los que somos, nadie podrá con nosotros” ahora mismo me gustaría volver a esos tiempos en los que la esperanza predominaba. Quién sabe que habrá pasado con todos ellos, lo único seguro es lo destructivo que fue esta guerra para ambos bandos. Veo que la gente que hay en las trincheras está sufriendo por el riesgo a lo que esto conlleva, también los ciudadanos que están pasando hambre y en definitiva todos los grandes desastres que esta causando esta guerra; pero, aun así, mantengo la esperanza de que algún día terminara esta guerra de la que saldremos victoriosos ya que se rumorea que los estadounidenses se van a unir a nuestra causa, lo que implicaría una gran ayuda. Siento lastima de todas esas almas que fueron forzadas a combatir en contra de su voluntad pero al menos, desde donde estén, sabrán que no fue en vano.

¿Qué por qué estoy escribiendo esto?

Mi experiencia me ha bastado para saber que sobrevivir es un reto, ya que por mucho que nos ayuden nunca se sabe con que nuevos inventos mortíferos nos sorprenderán en combate, pero, lo que jamás me podría imaginar es que iba a llegar a afectar a los civiles, gracias a Dios, mi Patria solo sufrió la guerra submarina, por lo que cuando vuelva a mi hogar espero que todos mis conocidos sigan con vida.

En esta carta quiero dejar constancia del horror que esta siendo esta guerra y solicito que los grandes jefes, los poderosos tuvieran piedad de los que se están manchando las manos por ellos y dejasen por un lado sus egoísmos y negociasen un acuerdo para finalizar la guerra de una vez.

Atte.

J. Jones

Soldado en la batalla de Somme.
 
María Suárez
4º de ESO
Colegio Santo Domingo
 

martes, 25 de marzo de 2014

Destino irremediable...


Siempre me he considerado un hombre valiente, desde el primer hasta el ultimo día de mi vida, pero esto me superó, nunca quise participar en esta guerra, ni  vivir la muerte en primera persona.

En estos momentos soy un hombre condenado a morir, muchos podrían decir de esto que soy  un cobarde, que he deshonrado a mi patria, pero en estos momentos lo que menos me preocupa es que mi nombre sea recordado como el de un traidor.

No quiero morir, no quiero que mis hijos crezcan sin un padre, ni que mi mujer se quede viuda tan joven, porque lo único que me mantenía vivo en la batalla eran sus cartas, esas palabras de cariño me salvaron la vida, esas que decían que esperaban ansiosos mi vuelta cuando todo esto pasara, y ahora, cuatro años más tarde, tras haber sobrevivido en las trincheras, algo prácticamente impensable para los que combatíamos en primera línea, moriré fusilado.

Desde que mis compañeros y yo conocimos el veredicto del tribunal, lo único que he escuchado han sido sollozos, no puedo negar haberme echado a llorar en varias ocasiones, pero no hay nada que hacer, mi destino es irremediable.

Solo queda una hora, la cuenta atrás ha comenzado, se me pasan por la cabeza todos mis recuerdos; mi niñez, el momento en que conocí a mi mujer, el nacimiento de mis dos hijos y el palpitar de mi corazón cuando vi a los soldados cruzando el umbral de mi puerta, y desde ahí, todo esta borroso, mis recuerdos no son nítidos. Creo que mi subconsciente no quiere que sean los últimos recuerdos de mi vida, en el fondo pienso que es mejor no recordar.

Un soldado llega para conducirnos a nuestro final, al cruzar la puerta por la que se accede al patio, nos colocan en fila, atados y los soldados empiezan a tomar posición. El general se aproxima con unas vendas negras en las manos, la mayoría de mis compañeros prefieren no poder ver como se acerca su muerte, pero yo decido no aceptarla, quiero poder sentir como la luz del sol penetra por cada poro de mi piel.

El general lee en voz alta los cargos, los soldados apuntan preparados a la señal, que no tarda en llegar, y justo en ese instante…¡Suena el despertador!, otro lunes mas que llegare tarde al instituto, no me puedo creer que me haya quedado leyendo hasta tan tarde, era inevitable meterse en la piel del personaje, puede que incluso lo hiciera demasiado.
 
 
Celia Pérez
4º de ESO
Colegio Santo Domingo

Querido hijo...


Austria
Diciembre de 1918

Querido hijo:

Perdón por no responder tus cartas de los últimos cinco meses, sin embargo hoy aprovechando el pequeño descanso que me ha dado el general te escribo, porque aunque esté lejos de vosotros no se me olvida que hoy es un día especial  , tu décimo séptimo cumpleaños. Como ya  eres todo un hombre te hablaré de la realidad y del día a día aquí en la trinchera  que lleva siendo mi casa estos últimos tres años.

Te pensarás que una trinchera es una casa o una especie de campamento donde vivimos los soldados, sin embargo, la realidad es que son zanjas extensas que nosotros mismos hemos construido con barro y que sujetamos con palos para que no se nos caigan abajo. Sí, como te estarás imaginando vivimos a la intemperie cubiertos de barro  y sin ningún tipo de comodidad. Con el frío que pasamos echo de menos hasta el jersey que la abuela me regaló las últimas Navidades que pasamos juntos, ese verde que yo tanto odiaba porque la lana me picaba, pues si lo tuviera aquí no me lo quitaría ni para dormir, algo que poco hacemos aquí debido a los constantes bombardeos a los que estamos expuestos. Yo por suerte llevo saliendo ileso de todos, solo con algunos pequeños rasguños pero nada importante, lo peor es la suerte de algunos de mis compañeros que se quedan por el camino.

 No es nada fácil ver caer uno a uno a tus amigos y no poder hacer nada para salvarlos, no sabes la frustración que me da no poder hacer nada y dejarlos ahí, pero tengo que vigilar bien mis pasos y no pisar ninguna mina o bomba para no acabar con ese trágico destino al que todos estamos expuestos. Llevo sobreviviendo un año y espero seguir con esta suerte que me acompaña hasta ahora. Te tengo que dejar. Mi turno de descanso se agota. Espero que por allí todo siga igual, ahora tú eres el nuevo hombre de la casa hasta mi regreso, espero que llegue  pronto ese día.

Un abrazo!!

 Papá
 
Vanessa Fernández
4º de ESO
Colegio Santo Domingo