Me llamo Dimitri y vivía en Rusia
cuando toda la pesadilla ya había comenzado.
Yo tan solo tenía 16 años cuando
llamaron a la puerta un 4 de marzo de 1915.
Un señor alto, robusto y con cara
seria preguntaba por mi padre y mi hermano mayor. Mi madre al oír los nombres
se echó a llorar porque sabía lo que pasaría
a continuación. Les dejaron 10 minutos a ambos para despedirse y recoger
algunas de sus cosas, las más necesarias, el tiempo se escapaba.
Llegó el momento de la despedida y sin decir una palabra más mi padre y mi hermano pronunciaron el adiós más amargo de la historia. Al menos, a mi garganta se le hizo un nudo cuando fue consciente de que jamás volvería a verlos. Yo no perdí la esperanza a diferencia de mi madre, quien se ahogó en su propio sufrimiento de la forma más desesperada. Jamás volví a ver sus tristes ojos verdes…
Había decidido que si no
podía ser con ellos, huiría para siempre. Después de perder a mi
madre decidí ir al frente Balcánico. Cuando llegué allí descubrí el
verdadero significado del horror, observé todo el dolor y sufrimiento de la
gente que me rodeaba y la que no.
Cuando ya llevaba tres semanas allí, una
mañana entre toda la multitud encontré a un señor de cierta edad cuya historia
me sorprendió. Fue hasta el frente para encontrar a su único hijo, que
había decidido ir a luchar allí por un enfado que tenía tras una discusión con él. Poco a poco fueron pasando
los días y me encontraba con más personas que me contaban historias increíbles
y todas tristes sin ningún final feliz lo que me ponía cada vez más y más tristes. Esto
nos hizo aprender una gran lección: ahora lo que cuenta es volver a levantarse.
Adriana Vicente
4º de ESO
Colegio Santo Domingo
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