jueves, 6 de marzo de 2014

Un amor imposible



En 1914 estalló la guerra entre alemanes y franceses. Ella era alemana, es decir, se encontraba en guerra contra nosotros, los franceses. Se llamaba Juana. En uno de esos días de guerra las mujeres alemanas se encontraban con sus hijos o hijas escondidas en lugares subterráneos, desvanes o cuevas. Pero ella creía en la paz, escondió en buen lugar a sus hijos con comida suficiente y se fue hasta Francia. Allí en la frontera montó un escándalo, comenzó a gritar diciendo que debíamos acabar con la guerra, empezar con la paz, y entregó rosas rojas que nos pidió ,con lágrimas en sus ojos, que cambiáramos por esas balas que ya tanto daño habían causado, a mi me tocó arrestarla. Tenía el pelo largo, era rubia con bellos ojos verdes con una mezcla de marrón. Me gustaba, me enamoré de ella en aquel instante. Le arrojaron gas tóxico con el que perdió la vista, la cogí con delicadeza en mis brazos como a la nieve en invierno y la lleve a su “prisión”. La coloque en un lugar junto a mi para poder verla aunque ella a mi no me viera. Me encargaba de llevarle comida y a poder ser agua en buen estado. Un día ella me oyó llegar y con la expresión de duda en su rostro me preguntó:
-          ¿Quién eres que tan bien me cuidáis para que no muera aquí sabiendo cual debería de ser mi destino en esta tierra francesa?
No sabía que decir estaba en duda si sabia que era francés puede que nunca me llegue a amar como yo la amo, ante la duda le conteste:
-          Soy…..soy…. soy un alemán también como tú pero yo no estoy encerrado, debo traerte comida y agua para que sigas viva, ya que yo te quiero la verdad.
No me contesto estaba indecisa y a mi me daba pena mentirla en algún momento sabría quien soy.
Pasados varios días me mandaron cogerla y meterla en un camión, no sabía que iban a hacer con ella. Preocupado me monte en otro camión que estaba vacío y puede que no estuviera muy seguro al principio pero aún así fui hasta ella a toda velocidad.
Llegué. Estaban en unas vías de tren, los franceses armados y los alemanes, entre ellos Juana, sentados de rodillas con ojos vendados. Los franceses se disponían a disparar. Me abalancé sobre ella confesándole que era francés, que la amaba y que no dejaría que le hicieran daño, los demás me escucharon, me agarraron apartándome de ella y me obligaron a ver como la mataban.
Como el amor de mi vida no iba a volver junto a mí nunca, jamás me perdonare no haberla ayudado a escapar, arriesgando mi vida en vez de dejarla ahí sin poder defenderse.
Susana Leiguarda 2º ESO CPEB Aurelio Menéndez

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