En 1914 estalló la guerra entre
alemanes y franceses. Ella era alemana, es decir, se encontraba en guerra
contra nosotros, los franceses. Se llamaba Juana. En uno de esos días de guerra
las mujeres alemanas se encontraban con sus hijos o hijas escondidas en lugares
subterráneos, desvanes o cuevas. Pero ella creía en la paz, escondió en buen
lugar a sus hijos con comida suficiente y se fue hasta Francia. Allí en la
frontera montó un escándalo, comenzó a gritar diciendo que debíamos acabar con
la guerra, empezar con la paz, y entregó rosas rojas que nos pidió ,con
lágrimas en sus ojos, que cambiáramos por esas balas que ya tanto daño habían
causado, a mi me tocó arrestarla. Tenía el pelo largo, era rubia con bellos
ojos verdes con una mezcla de marrón. Me gustaba, me enamoré de ella en aquel
instante. Le arrojaron gas tóxico con el que perdió la vista, la cogí con
delicadeza en mis brazos como a la nieve en invierno y la lleve a su “prisión”.
La coloque en un lugar junto a mi para poder verla aunque ella a mi no me
viera. Me encargaba de llevarle comida y a poder ser agua en buen estado. Un
día ella me oyó llegar y con la expresión de duda en su rostro me preguntó:
-
¿Quién eres que
tan bien me cuidáis para que no muera aquí sabiendo cual debería de ser mi destino
en esta tierra francesa?
No sabía que decir estaba en duda
si sabia que era francés puede que nunca me llegue a amar como yo la amo, ante
la duda le conteste:
-
Soy…..soy…. soy
un alemán también como tú pero yo no estoy encerrado, debo traerte comida y agua
para que sigas viva, ya que yo te quiero la verdad.
No me contesto estaba indecisa y
a mi me daba pena mentirla en algún momento sabría quien soy.
Pasados varios días me mandaron
cogerla y meterla en un camión, no sabía que iban a hacer con ella. Preocupado
me monte en otro camión que estaba vacío y puede que no estuviera muy seguro al
principio pero aún así fui hasta ella a toda velocidad.
Llegué. Estaban en unas vías de
tren, los franceses armados y los alemanes, entre ellos Juana, sentados de
rodillas con ojos vendados. Los franceses se disponían a disparar. Me abalancé
sobre ella confesándole que era francés, que la amaba y que no dejaría que le
hicieran daño, los demás me escucharon, me agarraron apartándome de ella y me
obligaron a ver como la mataban.
Como el amor de mi vida no iba a
volver junto a mí nunca, jamás me perdonare no haberla ayudado a escapar, arriesgando
mi vida en vez de dejarla ahí sin poder defenderse.
Susana Leiguarda 2º ESO CPEB
Aurelio Menéndez
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